Cuarta

«Díos mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15, 34)

 Por Víctor Manuel Pérez-Martínez*

Díos mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? (Mc 15, 34)Son las tres de la tarde. Pocas personas se percatan de la trascendencia de lo que está aconteciendo. Algunos solamente ven a tres condenados a la crucifixión. Otros, observan en silencio intentando comprender: Jesús, el Hijo de Dios está en la cruz.

Desde la fe, es el mayor acto de amor de Dios con la humanidad. Jesús, desde el Gólgota sigue predicando; en su agonía, insiste en su mensaje. Hasta ese instante las frases de Jesús fueron coherentes. Sin embargo, brota de sus labios: “¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?”, que quiere decir: “Díos mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” ¿Qué está ocurriendo?

Jesús está sufriendo. Aún en esas circunstancias demuestra su capacidad de perdonar, se despide de su madre y de sus discípulos, promete la salvación a quien se arrepiente de corazón. Sin embargo, ¿ahora se escucha un grito de angustia? Elige un salmo y retoma sus enseñanzas basándose en las escrituras.

Son contradictorias las imágenes contempladas por Jesús. Hay personas que están de paso y miran la escena: tres cruces, tres condenados, el del medio lleva una inscripción (escrita en hebreo, latín y griego): “Jesús el Nazareno, el rey de los judíos” (Jn 19-20). Algunos son indiferentes a su dolor. Otros lo increpan: “¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!” (Mc 15,30). Los sumos sacerdotes, escribas y ancianos se burlan: “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse” (Mc 15,31).

Posiblemente contempla su tierra, a las personas que hacía unas horas les predicaba, sus amigos, sus verdugos. Vive la soledad de quien sabe ha cumplido. Optó libremente por hacer la voluntad de su padre (Mc 14, 36). Desde la cruz siente la ingratitud y la severidad con la cual la humanidad puede llegar a convivir. Pero, en medio de la indiferencia, sentirá la solidaridad, la ternura, el amor y la compasión de quienes le siguen. También ellos están sufriendo con él porque han creído en su misión e impotentes viven su agonía. En estas circunstancias su esfuerzo es signo de esperanza. Es un desafío directo a la humanidad; a su condición: ¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní? Un grito de angustia que revela la condición humana de Dios-Hijo.

Si aceptamos que Cristo vive; esta frase tiene una connotación diferente. Es un símbolo de los gritos de personas que desde sus cruces particulares interpelan a la sociedad. Es la angustia del enfermo, del pobre, del desahuciado, del sin techo, del ocupa, del que vive sin amor o esclavizado a la dinámica del mundo actual. Somos indiferentes y pasamos de largo. ¿Nos hemos preguntado qué somos? ¿Quién es el otro?

Sabemos que existe la soledad y en algún momento de nuestras vidas hemos alzado la voz y mirado al cielo para pedir respuestas. Pero, el prójimo también vive esos momentos. Algunas son personas anónimas; otras, muy cercanas. Al igual que quienes rodeaban a Jesús, es posible que pasemos muy cerca de ellas sin percatarnos de su grito silencioso por el ruido de nuestra vida cotidiana.

La comunicación es interacción, cercanía, una palabra de aliento, la búsqueda del prójimo. Los medios de comunicación nos acercan a otras realidades más lejanas o menos accesibles. Se transforman en algunas ocasiones en un espectáculo. Además, la conflictividad vende, atrae y está en primera página de los periódicos. Pero, ¿y el hombre? En ocasiones somos seres anónimos en una sociedad interconectada: “Hoy vivimos en un mundo que se va haciendo cada vez más ‘pequeño’; por lo tanto, parece que debería ser más fácil estar cerca los unos de los otros. […] Sin embargo, en la humanidad aún quedan divisiones, a veces muy marcadas” (Francisco, 48ª Jornada mundial de las comunicaciones sociales).

Los rostros de Jesús; el rostro de los seres humanos, tiene nombre. En su agonía, Jesús nos recuerda nuestra condición humana, la necesidad del otro y de Dios en nuestras vidas: “Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro. Comunicar significa, por tanto, tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios” (48ª Jornada mundial de las comunicaciones sociales).

¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?, también es una reafirmación de la fe en medio de su propio calvario.  No es un grito de desesperación, es una plegaria. Es la lamentación y la oración de un inocente que ha sido perseguido y que espera su liberación. Ese salmo que se inicia con una exclamación y pregunta, se transformará en alabanza; ese es el mensaje y la promesa de Jesús: “Se acordarán, volverán a Yahvé todos los confines de la tierra: se postrarán en su presencia todas las familias de los pueblos” (Sal 22)

* Comunicador social, vicedecano de formación online, Universidad San Jorge.